miércoles, 27 de octubre de 2010

Del primo de Zumosol y sus cuentas

Del primo de Zumo sol y sus cuentas, no sabemos más que  solo pensábamos usarlo como recursos para huir de los efectos de unas simples causas, parecidas a sucesos anteriores y que nos hacían mostrarnos previsores a la hora de contar las aventuras y desventuras que vivimos a diario a amigos comunes que tomaba zumo de fresas que rebosaba de un submarino viejo. A simple vista podría parecer que aparece en el cuento por mera asociación de ideas, en un requiebro que deja aparecer el sarcasmo envuelto en telas de ansiedad, pero si somos honestos, la asociación llega del zumo pero va a tropezar con mis vivencias anteriores, que me obligaban a ganarme la vida haciendo contabilidad para jefes funestos, gracias a la previsión de mi padre, que aún a sabiendas de que yo era caballo salvaje cabalgando a lomos de la creatividad más alucinante, me aconsejó que tomara clases y clases que traían números hasta mi cabeza.


Del primo de Zumosol ¿que podemos decir que no se conozca? pero la asociación de músculos en forma de tabletas que termina poseyendo una isla entera que llama Zumolandia, donde nos invita a tomar cañas y pinchos de tortilla, aún sin conocernos y que sin temer a hacienda, nos habla de una contabilidad algo maltrecha, requiere un análisis más profundo porque, no me negarás, que semejante historia, es por si sola material de cuentos y viene que ni pintada para dejar libre a tu pluma de escritor viejo para que camine sola por sábanas de hilo blanco que cubran dos veces esta querida tierra.


Tu habilidad para desviar miradas asustadas, nos viene de perilla para no contar lo que de malo había en aquella ristra de números que casi termina por ahogarnos atándose en la punta de tu bolígrafo ya casi gastado. Ahora, no me negarás, que no tiene guasa y que a todos interesa, que recordemos como fuiste a enamorar a la décima aquella, que primero suspiraba por colgarse de los músculos del primo para acabar atrancada en tu perilla anaranjada que terminó volviéndose color de azucena ante los arrumacos de semejante belleza. Que tus mejillas cobren el color de las tomates más maduros, no evitará que contemos que gracias a esta pérdida momentánea, terminar el asiento de regularización de sumas y saldos, nos costó un sufrimiento y que gracias a un estornudo provocado por tu alergia, pudimos encontrar la décima perdida colgada en una esquina del libro mayor. Evitar que saltara detrás de cualquiera nos costó cuatro gotas de pegamento y una letanía infinita de argumentos que le hicieron comprender que el cero que tenía a su izquierda, enamorado de ella, desde siempre, era el marido perfecto que traería paz a su corazón sensible, cuatro hojas más tarde pudimos comprobar como todo acabó en boda.


Alegría para todos y fiesta que duró dos semanas enteras. ¡Ay, aquella décima! que tenía descolocada toda la contabilidad de un amigo que ahora se ha convertido en casi hermano de dos cabezas locuelas, que cuando tienen sed recurren a una corta llamada de teléfono.

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